viernes, agosto 03, 2007

patito feo

Lucas posteó algo sobre el Patito Sirirí en su blog, y me pidió algún textito o dibujo o foto sobre el lugar. Me colgué y escribí lo siguiente, estaría bueno complementar los datos, corregir impresiciones, etc. ¡Están invitados!


Patito feo.
1) Alguna vez Claudio Cañete hizo una reseña sobre el Patito Sirirí en las páginas del semanario Análisis, y recuerdo que publicó los planos y el diseño del arquitecto que lo planeó, una especie de Walt Disney tercermundista que quería crear su propia Disneyworld de metal y madera. El pato era un calco del Pato Lucas, quizás más flaco, y durante mucho tiempo fue la imagen de la Dirección de Turismo de Paraná. Estaba en folletos, en calcos y carteles por todos lados.

2) El Pato era negro, antes. Estaba donde el camberra ahora, y portaba una larga caña con un pescado (presumiblemente un dorado –con escamas y todo-). Según Fabián Vivot dijo hace poco en radio, ese pescado fue robado por un amigo suyo en una clásica travesura juvenil. ¡Restitución ya!

3) Adonde está el Patito Sirirí ahora, había una media luna (de la que las malas lenguas decían era la novia del Patito), una silueta suspendida con el fondo del río que a la noche adquiría un tinte de lo mas romántico con las luces de Sta Fe a lo lejos.

4) Cuando inauguraron el robot, se podía subir hasta su cabeza, que fue corroída por el tiempo y el amoníaco de la orina de miles de niños (y no tanto).

5) El plato volador, en sus primeras épocas, estaba rodeado de luces de colores –similares a la de las pistas de aterrizaje de los aviones- y una luz grande y roja (creo) sobre su cúpula. Las luces se “movían” en forma circular. El plato volador no existe más.

6) Tampoco existe más el cohete, desde cuyo receptáculo más alto se podía disfrutar de una vista única. El último tiempo ya no tenía sus altísimos toboganes (salían del segundo de sus tres pisos) y se bamboleaba mucho y peligrosamente. Me acuerdo una noche de borrachera, ya joven, saliendo de Parador, haber subido hasta lo más alto con mi amiga Julia Acosta. No quiero pecar de original, porque sé que es una práctica que han hecho muchos en condiciones similares hasta no hace tanto. Sin dudas, una regresión infantil a una de las más bellas psicogeografías de nuestra niñez.