viernes, julio 21, 2006

Crónicas de Librería VII

Las personas no pueden elegir lo que es mejor . Cada uno está hecho para vivir su propia vida. La felicidad es vivir sintiendo, lo menos posible, que el hombre, en realidad, está solo
(Banana Yoshimoto, Kitchen)

Mexicanote.
Un señor de casi 60 años, bigote grueso y descuidado, campera inflable azul, anteojos casi colgados de la nariz. Luego de verlo deambular por todo el local, me acerco y le pregunto si busca algo en especial. Me contesta que una guía de Latinoamérica. Distingo su tono de voz. “Sí, soy mexicano, del DF. Viajo y escribo crónicas para distintos diarios. Ahora me voy a Bolivia… hace un año que estoy acá”
-¿Un año en Paraná? ¿Le gustó el paisaje, el río? –pregunto casi turísticamente, reduciendo todo a lo que vendemos en los folletos.
-Bueno, no. El río no. Estuve en el Amazonas, en Manaos, en Belén… esto no me parece muy emocionante…
-¿Y ya toma mate?
-¿Mate? No, me produce diarrea. Mientras más viajo, mas extraño las comidas de mi infancia. Uno, con la edad, quiere regresar al lugar de sus comidas, de sus olores de infancia. Ya no quiero viajar mas. Yo siempre me pregunto… ¿Cómo hacen los miles de argentinos en europa sin comer su “asado”, su carne? Cuando estuve en Europa conocí a un montón de argentinos que extrañaban su yerba mate, sus asados… No los entendía… ¿eran masoquistas?
Se acerca mi compañero Raúl:
-¿Y entonces eso de que “hay que ser ciudadano del mundo”?...
-¿Ciudadano del mundo? –reflexiona el mexicano con una sonrisa- ¿Cómo se puede ser ciudadano del mundo? Uno es ciudadano de su casa de infancia… Bueno, tengo que irme, tengo que empezar a volver. Gracias igual.
-De nada, y suerte.

Satán–Natas:
Un pibe de unos 25 años, remera de los Beatles en etapa Let It Be. Se para frente al mostrador y balbucea algo inentendible.
-¿Cómo? – le pregunta mi compañera.
-Busco el libro para hacer el pacto con el diablo.
-¿?
-El libro para hacer el pacto con el diablo
-…
-…
-Ehhh… ¿Sabés el título?
-Es el libro para hacer un pacto con el diablo.
-No, le digo. No lo tenemos.
El pibe me mira fijo unos segundos, se da media vuelta y se va cabizbajo. Mi compañera me dice: “no conviene mirarlo fijo a los ojos”. Ahora lo sé para la próxima, si es que no me está esperando con un tramontina en la puerta.

Mutantia.
Una señora de unos cincuenta años, muy elegante. Se acerca al mostrador y se presenta:
-Buenas tardes, yo soy una mutante.
Ah, OK. Aquí vamos de nuevo.
-Y estoy buscando literatura para mutantes.
Dejamos que se explaye un poco y ato cabos. Es del palo de Grinberg, de la Mutantia; de los “mutantes” hacia el nuevo paradigma; la hipótesis Gaia, el paradigma holográfico de Fergunson, la respiración holotrópica de Groft. En una época, yo estuve deslumbrado con ese mundo… aunque recuerdo haberlo leído en clave psicodélica. Le muestro los pocos libros de Kairós. Flashea. Me dice:
-¡Por fin encuentro a alguien que le gusta lo mismo! Ya de chiquita yo era especial, mi mamá siempre me lo dijo. Después entendí porqué me sentía de otro mundo. ¡Nací antes!
Se llevó unos libros y una sonrisa.

Estamos solos. Un negocio es una plataforma y condición de posibilidad para el diálogo. Pocos buscan libros, buscan explicaciones acerca de qué catzo hacemos acá. Nacemos y morimos solos. La vida es un gran malentendido, un gran absurdo; pura gratuidad. Odiamos la soledad y el monólogo interior, y la llenamos de objetos y de palabras. Pero todo es en vano, igual nos vamos de este trip solos como vinimos. Hace poco leí en un libro sobre el fado portugués: “Desde que existe la muerte, la vida es un absurdo”…
Mientras, sigo atendiendo en mi pequeña excusa de minifelicidad… ya saben dónde visitarme.
Hasta pronto.