lunes, octubre 26, 2009

"Malvón" -el folletín- (1º entrega)

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01.
En vísperas del almuerzo, Plagiaro dijo: “Voy a comprar cigarrillos”. “Traeme un Jockey a mí”, le pidió su mujer, sumergiéndose en la salsa primavera para los fideos.
Pero Plagiaro nunca volvió. La salsa se enfrió, y la mujer crió arrugas pidiendo por la aparición con vida de su esposo.
“Un nuevo caso López” titularon los diarios. Pero a razón de la verdad, Plagiaro, en ese día especial, pasando frente a un balcón, habíase enamorado perdidamente de un malvón. Sí, de un malvón: Pelargonio, Geranio o Pelargonium hortorum -sé igual-

02.
¡Bramaban las periodistas del canal local!; transpiraban el maquillaje formando charcos viscosos sobre el escritorio celestito del nuevo decorado. “Otro caso de impunidad”, repetían. “Impunidad”, “Impunidad”, “Impunidad”. “Nuestra sociedad se vio conmovida otra vez por…” decían indignadas las comunicadoras sociales (sin títulos) mientras se les corría el rimel y una secretaria velluda las depilaba sin que la cámara las tomara; porque a ellas el fragor de la noticia las tenía plenamente ocupadas mientras en las cocinas de sus casas los platos sucios se amontonaban.

03.
La opinión pública local se dividió: “Plagiaro está en España con los montoneros
quemando la plata de Born”, decían algunos. “El viejo está gagá, debe andar perdido, ya va a volver”, decían otros. “Lo secuestró una red de prostitución para la tercera edad”,
arriesgaban los más osados…

04.
Nada de eso era cierto.
Plagiaro siempre había sido un alma exquisita, refinada, sensible, que escondía estas virtudes en la cara de marioneta de la oficina de machimbre de la Muni. ¡Un cargo administrativo! ¡Él, que lloraba de amor por el derrotero espiritual de Simone Weil!. “Ah, si yo hubiera estado a su lado, hubiera sido su amor, cómplice y todo”, decía cuando hacía un alto en la lectura del concepto de plusvalía. ¡Ah, Marx, Rosita, Leoncito! Pero él nada que ver con el realismo socialista; a él lo perdía el neobarroso y la poesía joven local de los ´90...
Los libros de Siesta, Del Diego, Belleza y Felicidad, Eloísa Cartonera y todos los que traía la Correveidile eran su ruta; sus libelos de caballería que lo hacían imaginarse un quijote en un medio hostil, atrasado, poco receptivo a las metáforas y metonimias pero sí a los monosílabos: “¡iiiiiiéééé! ¡Néééé!”… “Realismo cabeza”, ése era el canon; ¡y que Harold haga “Bloom”!

05.
Plagiaro, cincuentón sensible, amigo de Brad Pity y de su “Club de la Pelea”; eternos críticos de todo aquello que no pueden hacer… y al fin y al cabo: ¿qué hacer en este pueblo-purgatorio de aspirantes a punteros?
Leer, pues. Leer mucho, y bien.
Visitar a sus poetas amigos: a Nümen Montaraz, en su abadía bananera, disfrutando del devenir en silencio; o a Lisandro de Macedonia clasificando la banda de sonido de su cabeza en forma de discos, pispear sus libros de místicos medievales... ¡la vida entera refulgía en cada encuentro; sus amigos tenían su aleph portátil allí donde anduvieran! De cada reunión, miles de puntas que seguir... un rizoma de lecturas llamándolo como un cartel luminoso...

06.
El Periodista Operador puso Los Mirlos de fondo y dijo: “Solana, te fuiste como una rata”. Después se fue a tomar un café con el Pacha Escobar al bar del centro, en mesa contigua a la de la bella juventud diletante-tardía y ociosa…
El caso de la desaparición de Plagiaro crecía. La opinión pública local se movilizó. La Poeta Maldita que Deshonra su Apellido dejó los preparativos de casamiento con un efebo, y cual la vidente de Páez Vilaró (padre) recorría las calles olfateando el olor de Plagiaro, al que había conocido después del Último Caudillo Gobernador y otros ilustres decadentes. “No me iré de este mundo sin una última revolcada con Plagiaro”, repetía La Poeta Maldita que Deshonra su Apellido a quien quisiera oírla. “Poeta sin obra, porque la hace en la cama”, decía. “Tengo su sabor a ajenjo en un recodo de mi oreja izquierda, todavía” (y pedía que uno oliera ahí donde ella indicaba).

07.
Plagiaro quemaba retinas en su estudio.
El entorno aparecía como una visión fantasmagórica, borrosa: meros molinos de viento.
¡Un gusto refinado que no encontraba objeto! ¡Nada que pudiera entender una psicologuita de la UCA!
Su mujer, simple servidumbre; Plagiaro deambulaba cual Vincent Price, mirando los anaqueles repletos de libros, añorando una materialización mágica de su visión poética de la vida…
Hasta que la encontró, sí, en forma de malvón. ¡Un malvón! ¡Y el de la vecina más odiada del barrio!

08.
Había salido a comprar cigarrillos y, premonitoriamente, le vino a la mente aquél viejo tango:
“¡Malvón!/ Humilde flor/ que se arrincona;/ y en su aroma/ que se asoma/ me retoma/ el corazón.”
Y así fue, silbando esa melodía de Arona, que el flechazo sucedió: desde el balcón de la vecina el rojo florecido del malvón lo encandiló, báh, ¡a su corazón!
Las hojas reniformes parecían querer abrazarlo desde las alturas. ¡Imposible sustraerse, al llamado de ese híbrido amor!

09.
¡Toda la poesía leída resurgía desde su interior! ¡Era la energía, la nafta de su motor!
Presto, se trepó a un andamio pegado al balcón de su incipiente amor; y lo raptó. Nada le importó, ni su vecina, ni su mujer, ni su trabajo, ni su pasado; supo enseguida que de ahí en adelante viviría para su malvón.

10.
Y corrió, corrió; al ritmo del latido de su corazón.
¡Desde 5to grado de la escuela no sentía esa adrenalina; cuando regalaba chupetines a su novia Myriam! -amor prohibido- (prohibido por los hermanos de esta). “Si te acercás a la Myriam, te cagamos a palo, flaquito”. Ahora era lo mismo: el tótem de la cultura occidental cristiana se erguía sobre él, de golpe: era la regla; la prohibición; podría andar con quien quisiera, ¡menos con un malvón!

(Continúa el próximo lunes)