Tres baldosas hay entre el asador (un chapón oxidado con cenizas desprolijas, que se vuelan con el viento) y la cama (un colchón de diarios meados, dispuestos a la medida de un cuerpo grande y pesado). Bajo el cuerpo de Luciano, el punk porteño que anda yirando por Conce hace unos meses, las tres baldosas tiemblan al volumen de su rigor mortis. Un roscazo ha vencido la estabilidad del oriundo de Valparaíso, lungo gurka torpe medio anestesiado. Una patada le descalzará la quijada. Bajo este monstruo mole de cresta de laca verde en estado de inconsciencia, tres baldosas se humedecen con el residuo miserable de un Luciano venido a menos. El golpeador, ademanes mediante, sentencia al gurka porteño. Una bala cumple el mandato. Entre la cama y el asador, en ese olvidado descanso de un barrio cuico, de prolijidad insoportable, tres baldosas duelen la muerte de su huesped de turno.
Luciano ha sido siempre desde que apareció algún mediodía por acá, un enorme misterio para las tres baldosas; una sombra, una figura parca de movimientos forzados y pocas palabras. Algo jorobado, con el culo metido para adentro y las piernas gordas que terminan en tobillitos minúsculos como patas de pollo; lookeado alla punk, cada día de estos pocos meses ha vuelto su atención Luciano a las tres baldosas cada día. Antes de comer y de dormir, les ha dedicado una reverencia, un respetuoso gesto, a medio camino entre súplica y agradecimiento. El gurka porteño, suponen las baldosas, de esa manera le habla a la calle, ese misterio urbano. Le agradece así el respiro dispensado, para zafar de la asfixia de la prolijidad careta de un barrio que juzga sus modos desaliñados. Le suplica así también, Luciano a la calle, que le brinde protección y contención. El grandote de cresta verde, en estos meses, entre los diarios ha dormido en silencio cada noche. Amando a alguna piba cuando le sale, cuando alguna le da bola. Sino, alguna callejonera amiga ha donado amor para matar soledad y, como último recurso se ha presentado Luciano ante el auto amor así nomás, solito y sin culpa. Qué va.
El asador ha sido en estos meses, más un remedio contra el frío que contra el hambre. Total, en la ciudad todo se tira indiscriminadamente. El papel, el plástico, el vidrio, los viejos, los niños. ¿Cómo no iba a conseguir Luciano alguna sobrita de algún restorán cada medianoche?
Las baldosas miran ahora los últimos ojos de Luciano, sorprendidos por la ferocidad de los golpes, mirando un jarrito de metal y un tenedor sucio. O el infinito, ¿quién sabe? Se preguntan las baldosas, esas tres entre el asador y la cama, cuánto tiempo pasará hasta que vuelva a ocurrir lo que con el croto anterior: que venga policía, bomberos, ambulancia, a llevarse el cuerpo y a rociar de agua y desinfectante todo el callejón.
jueves, abril 16, 2009
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