-¡Ay, pero que hermosa librería! Parece las de Madrid, El Ateneo de Buenos Aires, qué bien puesta, qué buen gusto!
-Sí, pero la gente de acá es medio mongocha, y piensa que porque está así de bien puesta, con muebles finos, los libros están más caros. Se asoman por la puerta y miran para adentro. No se animan a entrar. Brutos.
-Es lo que yo siempre digo, el vulgo le tiene miedo a los libros. ¡Qué podemos esperar de un pueblo de administradores públicos!
-Y así los emprendendores que corremos riesgos, con asesoramiento profesional de primera mano, que ponemos negocios para prestigiar este pueblo de envidiosos; que tenemos un discurso prochavistaevomoralistacastrista, pero nos cagamos en los derechos básicos del trabajador; la gente, que es mala y habla por la espalda, nos da la ídem.
-¡Qué desastre!
-¡Yo no sé dónde se van a formar las nuevas clases políticas que llevarán adelante el país! Porque leer nos hace libres, menos a los empleados de este local, porque se distraen y pierden ventas.
-¡Y qué prolijito están ordenados los libros!
-Es que tenemos un asesor, un tipo muy idóneo, que les da importantes estrategias de marketing a los empleados, como por ejemplo ordenar los libros con los lomos a una distancia de 1 cm del borde de la estantería…
-Fundamental. La imagen es todo.
-¡Dígamelo a mí!
-En fin, me enteré que ahora cierra.
-Sí, vamos a hacer una fiesta de despedida con música electrónica, porque yo soy muy moderna, con muchos invitados; todo para que no parezca un fracaso. Y la tarjeta saldrá $100.
-¡Baratísimo!
-Es lo último que hago por este pueblo.
-No haga más. Ya es bastante. Bueno, hasta luego.
-Suerte, no se me vaya a morir; yo siempre leo los obituarios de El Diario y me fijo si perdí algún cliente…
viernes, enero 25, 2008
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