miércoles, marzo 07, 2007

El pasamontañas de Rafael

La resistencia al desalojo de la Comunidad La Yerbabuena

Por: Paola Calabretta
Enviada especial a México
(manden viáticos, carajo!)

Quién quiera escuchar una descripción acertada pero involuntaria de la ciudad de Colima, al oeste de México, debería escuchar la zamba Añoralgias, de Les Luthiers. Entre tanto terremoto y desborde del río, no falta un volcán en plena actividad, que varias veces al día arroja sus fumarolas y cada tanto, con una descorazonadora lluvia negra, cubre de cenizas la ciudad. Con sus 3.860 metros de altura, el volcán de Colima es imponente, ofreciendo a todos los colimenses la posibilidad de contemplar un maravilloso fenómeno natural cada vez que entra en erupción y exhala lenguas de fuego sobre sí mismo. Y sin embargo, por estar siempre allí, en el mismo lugar, uno se acostumbra a verlo sin mirarlo.
A 24 kms de la capital del estado, ascendiendo hacia el norte por un camino sinuoso y espeso en vegetación, se encuentra localizada La Yerbabuena, Comunidad en Resistencia. El pueblo de La Yerbabuena es dueño de varias riquezas naturales: en un país que tiene previsto el abastecimiento de agua sólo hasta 2010, contar con un manantial que cae desde otro volcán inactivo, o poder caminar por un terreno semi virgen y sin contaminación, es ser afortunado. Pero, además, la comunidad cuenta con una envidiable vista del atractivo mayor de la zona. No cualquiera tiene un volcán en el patio de la casa.
Según el censo realizado en el 2000, La Yerbabuena tenía 212 habitantes, distribuidos en 52 viviendas. Hoy, apenas 43 personas viven allí, más unos trece efectivos del destacamento militar apostados en lo que otrora fuera… la sala de cultura del pueblo. El cronista avispado y sagaz, con la perspicacia que lo caracteriza, intuye que algo no anda del todo bien en el pueblo. Y en una siesta remolona, a la sombra de un árbol y comiendo sandía, Rafael Sandoval cuenta la siguiente historia, que es la historia de los suyos.

Cuando el siglo XIX llegaba a su fin, Arnold Vogel llegó a Colima. Vogel, empresario de origen alemán, adquirió hacia 1879 unas tierras cercanas a lo que hoy es la Yerbabuena, construyó su hacienda y se dedicó a la producción de café. Hacia el año 1883, los cafetales de Vogel andaban tan bien que eran la referencia más importante del departamento de Comala, después del volcán, claro. En ese entonces, la hacienda llevaba el nombre de Santa Cruz. Pasaron los años, Vogel falleció, y la casona, sus tierras y unas hectáreas más, fueron vendidas.
La Hacienda San Antonio, un exclusivo hotel cinco estrellas, abrió sus puertas en el año 2000. Forma parte de la cadena Aman Resort, cuyo mayor inversionista es Jimmy Goldsmith, empresario megamillonario de origen inglés. Forman parte de las propiedades del hotel tres preciosas lagunas, la del Jabalí, la del Epazote y la del Calabozo. Además de la plantación de café, cuenta con una granja orgánica y su propio acueducto. No hace falta recorrer por carretera el sinuoso camino para llegar al hotel: tiene su propia pista de aterrizaje para los jets privados. Habitaciones, sólo 26. No parece ser un buen negocio, hasta que uno pregunta por las tarifas. Pasar la noche en San Antonio cuesta 800 dólares por persona. Pero además, para poder hospedarse se deben reservar catorce habitaciones dobles por dos noches al menos. Se recomienda calculadora para sacar la cuenta del total… Será por eso que se lo promociona como ideal para convenciones o fiestas privadas.
Ahora bien, no todo es perfecto para Aman Resort. Entre este monstruo hotelero y el atractivo mayor de toda la región, el remanido volcán, hay un pueblo. Justo en el medio. Justo a mitad de camino. Ese pueblo se llama La Yerbabuena. Y es en este momento en que las dos historias se cruzan en una sola.

Rafael Sandoval tiene 83 años. Vive en la Comunidad desde hace más de tres décadas. Nació en San Antonio, cuando la hacienda aún no era hotel, y conoció su primer desalojo en 1979, cuando ya se intentaban vender las tierras aledañas a la estancia y se perfilaba el proyecto hotelero. En aquél entonces, el cargo de gobernador estaba a manos de una mujer. De esa experiencia, le quedó el recuerdo de once meses de prisión por resistirse a abandonar su casa. Y un terrible miedo a las mujeres, dice con sonrisa cómplice.
Ahora, con el peligro de otro desalojo, Rafael dice que ya basta. A la intensa campaña mediática promovida por el gobierno municipal y provincial acerca del peligro de estar tan cerca del volcán, que la población de todo el estado compra y comparte, él responde que los van a seguir luchando por lo que quieren, que no van a salir tan fácil de su tierra, donde han vivido y piensan vivir. Y que va a resistirse a ser desalojado, porque sabe que el peligro no es el volcán. “El peligro somos nosotros”, aclara.
-Acá hay larga historias de desalojos. Ya van tres rancherías que desaparecen. Así se llevaron a la gente. Pero no se esperaban que aquí no nos quisiéramos ir.
La táctica del gobierno para sacar la gente del lugar y vender las tierras el hotel, no ha sido efectiva, pero sí constante. Primero, trataron de crear el miedo suficiente entre los habitantes de La Yerbabuena para que se vayan voluntariamente. Rafael relata cómo se organizaban charlas y se pasaban videos de gente quemándose con lava ardiente. Eso tuvo efecto en un sector, hasta ahora ausente en el relato, los niños, y luego sobre sus padres. “Nosotros, por viejos, somos más testarudos, no nos van a convencer”, acota al pasar. A esto le siguió la oferta de dinero para comprar una casa, o directamente una vivienda en Suchitlán, un pueblo cercano. Más tarde, y como los quedaban se habían declarado en resistencia, la situación se volvió más pesada. Hacia 2002, el intendente de Comala anunció que los planes del programa Oportunidades, una ayuda asistencial para familias carenciadas, sólo se entregarían a los reubicados. Desde noviembre del año pasado, no hay luz en La Yerbabuena, ya que el gobierno cortó el suministro eléctrico de todo el pueblo. Unos meses antes habían retirado los faroles de alumbrado público. Hace una semana, cincuenta efectivos policiales se instalaron en las puertas de la casa de Antonio Alonso, vecino de la comunidad, y amedrentaron a la población luciendo sus armas.
Se hace un silencio, y Rafael acepta un mate. Le gusta. En la Yerbabuena comienza a caer la tarde. Efectivamente, quedan muy pocos viviendo en la comunidad. En esta última hora y media, nadie ha caminado por las calles adoquinadas, nadie ha salido a la puerta de su casa. Ni un rumor, ni una risa. Nada. Parece increíble que aún no los hayan desalojado. Al otro lado de la calle está la casa de Antonio. En la fachada, un afiche casi tamaño natural del Subcomandante Marcos. Antes, Rafael ya había dicho que lo único que le estaba faltando era un pasamontañas. La otra Campaña está apoyando a la resistencia.
-El año pasado, cuando el Sub estaba por Colima, vino hasta la Yerbabuena a ofrecer ayuda. Y nos dijo muy claro: “nosotros no les vamos a decir qué van a hacer. Ustedes se van a organizar, porque a mi no me interesa ser gobierno”. Nos prometió una tonelada de maíz, y a los dos meses estaba aquí la tonelada de maíz. Y ya.
-¿Y cómo hacen para decidir sobre la resistencia, sobre la lucha?
-Nos reunimos todos, vamos a la casa de uno o de otro, cada uno dice lo que le parece, nos ponemos de acuerdo, hacemos un manuscrito y sellamos. Ya ahí cada uno tiene su misión, cada uno sabe qué hacer. Y hay gente de Colima que nos ayuda también. Ahora queremos darle nosotros la educación a los niños. No nos gusta la educación que les da el gobierno. Queremos enseñarles a leer y escribir, a sacar cálculos y a ser libres de pensamiento. Fíjese Calderón –dice, aludiendo al flamante presidente mexicano- , yo no sé para que es estudiado. Si al final, traen empresas de afuera, que vienen a buscarnos como si fuéramos burros para ponernos a trabajar...
-Entonces, no hay peligro del volcán.
-Si yo te digo que hay acá hay una cara- dice, mientras dibuja con el dedo un círculo en la pared- y después le digo a otro que hay una cara, y a otro, y a otro, entonces van a creer que hay una cara. ¿Pero que hay? Nada. Todo lo tenemos a favor. La madre naturaleza nos protege. Esa muralla de árboles nos protege. Acá nunca cayó lava. Ni en la erupción grande de 2001. Nosotros somos de la tierra. Pertenecemos a ella y no al revés. Nosotros queremos que haya turismo, pero no el turismo que quieren ellos. Ese turismo que traen nos va a contaminar el agua, nos va a llenar de basura…Van a tener que esperar que me muera para poner el hotel. Mientras, las ratas les van a comer los dólares.
Antes de la despedida, Rafael apura otro mate. Dice que la mejor forma de ayudarlos es ir a la comunidad, visitarlos, contar que esto está pasando, que ellos van a luchar. Y apura, mientras nos saludamos de lejos, más para que escuchen los militares que están en la esquina de su casa.
-Tienen jueces, autoridad, armamento. ¿Sabe cómo los vamos a chingar? Con la inteligencia, así los vamos a chingar.
Y se queda saludando, desde la esquina de su casa, con el volcán a sus espaldas.