viernes, abril 16, 2004

La pérdida de aureola

-¡Cómo! ¿Usted aquí, amigo mío? ¿Usted en un lugar como este? ¿Usted, que se alimenta de ambrosía y bebe quintaesencias? ¡Estoy asombrado!

-Amigo mío: usted conoce cuanto me aterrorizan los caballos y los vehículos. Pues hace un momento, cuando cruzaba el bulevar corriendo, chapoteando en el barro, en medio de un caos en movimiento, con la muerte galopando hacia mí por todos lados, hice un movimiento brusco y mi aureola se me escurrió de la cabeza, cayendo al fango del macadam. Estaba demasiado asustado para recogerla. Pensé que era menos desagradable perder mi insignia que conseguir que me rompieran los huesos. Además, me dije, no hay mal que por bien no venga. Ahora puedo ir de un lado a otro de incógnito, cometer bajezas, entregarme al desenfreno, al igual que los simples mortales. ¡De modo que aquí estoy, como usted me ve, al igual que usted!

-Pero ¿no va a poner un anuncio para buscar su aureola, o avisar a la policía?

-¡No lo quiera Dios! Me gusta estar aquí. Usted es el único que me ha reconocido. Además, la dignidad me aburre. Más aun, es divertido pensar que un mal poeta la puede recoger y ponérsela descaradamente. ¡Qué placer hacer feliz a alguien, especialmente a alguien de quien uno se puede reír! ¡Piense en X o en Z! ¿No ve lo divertido que será?

Charles Baudelaire, en El spleen de París